Entre robles, un buen lugar para morir, y fue en su momento un buen lugar donde vivir, o así lo debieron creer los primeros pobladores de Carballal, robredal en gallego, aldea del Courel en la provincia de Lugo. Carballal divide casi en partes iguales sus habitantes entre el cementerio y la aldea. Poco a poco los vivos restan de la aldea y son trasladados a hombros de las anchas familias gallegas hacia el cada vez más poblado cementerio. Y cada año más techos de las casas de la aldea se derrumban arrastrando con ellos a los recuerdos de los que visitamos sus calles escarbando en memorias cada vez mas difusas y hondas. Memorias llenas de historias de abuelos venerados, padres cansados y felices, juegos de niños sucios, perros leales y guardianes, vacas sagradas, cantos de carros cargados y conversaciones de mujeres en el lavadero. Algunos aun nos vemos niños paseando por las calles sucias. Pero algún día todos los visitantes serán forasteros y alguno de ellos entrará curioso en alguna de las casas vacías donde las puertas que guardaban de ojos curiosos ahora, ya débiles y sin sentido, solo guarden un calendario de un último año. Quizás el curioso encuentre objetos que nadie quiso llevarse, o cama húmeda con un crucifijo sobre su cabecera y quiera inventar cuerpos difusos ocupando esa habitación y besando ese crucifijo.
El cementerio de Carballal es un buen lugar para morir. En frente de el se encuentra como si fuera un espejo otro espacio infinito como el tiempo en el que habitan los muertos de su reverso. Seguramente los muertos ya no pueden mirar las montañas encadenadas, pero nosotros los vivos, descansamos en paz imaginado que si lo pueden hacer y que ven suceder plácidamente, con infinita paciencia, infinitas horas. Los imaginamos ya serenos, sin reproches, sin prisa, sabios y sin otra cosa que hacer que mirar al frente.
Sin embargo el tiempo pasará, los muros del cementerio se derrumbarán dejando expuestos solo algunos nichos enteros. El monte morará por encima de los nichos y las primeras ramas asomarán desde el interior de los nichos como brazos de resucitados. Más adelante, mucho más adelante, el agua y el viento habrán limado las montañas hasta hacerlas perder su nombre. El cementerio se enterrará a si mismo bajo toneladas de polvo que el viento constante arrastró. Y al fin cuando ya no quede nada, el sol crecerá y crecerá hasta engullir la tierra y convertirla al igual que nuestros muertos, en cenizas. Ese día los que fuimos vivos descansaremos en paz por que volveremos al lugar de donde nos hicieron partir, volveremos a las estrellas.
Me gusta pensar que el cementerio de lo que un día fue un robredal es un buen lugar para morir.